¿Asesinando a la infancia?

18-11-2006
Leía hace algunas semanas en el diario La Nación de Argentina, bajo el título “Asesinato de la infancia”, apartes de una carta enviada por 110 profesores, sicólogos y escritores de libros infantiles al periódico The Daily Telegraph, de Londres.

Los firmantes querían advertir sobre cómo el actual estilo de vida inglés estaba afectando el juego, la alimentación y la sexualidad de los niños. “Están siendo empujados a la adultez antes de tiempo […] y un cóctel siniestro de comida chatarra, marketing de la sexualidad, juegos electrónicos y una obsesión más por galardones que por aprendizaje en las escuelas […] les está envenenando la vida”.

Guardo la noticia como tantas cosas poco gratas que archivas en la memoria para la posteridad o el olvido cotidiano. Días después me detengo en un puesto de revistas y observo la imagen de tres mujeres con manos y rodillas sobre una cama barata mostrando sus glúteos medio cubiertos por un pedazo de hilo dental.

La imagen no era nada distinta de la que todos los días aparecen en los diarios sensacionalistas, sólo que esta vez era la imagen de tres niñas. Participaron, según El Meridiano de Sucre, en la grabación de un video porno que se vendía en las calles de Montería como pan recién salido del horno.

Conecto hechos parecidos. Recuerdo historias cercanas. Dos policías graban la violación de dos niñas ocurrido en Momil, Córdoba. El primer aborto legal en el país se le efectúa a una niña de once años que era violada noche tras noche por su padrastro. Continúo enlazando hechos. Un policía en Vélez, Santander, mata a sus dos hijas de dos y cinco años antes de suicidarse, se arguyen razones económicas y sentimentales.

Una madre desesperara amarra a su hijo cada que sale de casa, en Calí. Capturan en Barrancabermeja a un joven de diecisiete años con miles de fotografías y videos pornográficos protagonizados por menores.

Enlazo cifras y noticias del pasado, del presente. Se calculaban unos dos mil quinientos menores en las filas de los paramilitares -registraron poco más de doscientos en las desmovilizaciones del año pasado. En algunos frentes de la guerrilla se les obliga a que maten, torturen o mutilen como entrenamiento, de no hacerlo podrían ser fusilados. Y allí las niñas terminan siendo “propiedad de los guerreros”.

La mente se dispara sin freno por estos terrenos grises. Paquetes turísticos subterráneos para extranjeros en Cartagena que incluyen niñas o niños vírgenes por una migaja de dólares. Niños vendiendo dulces en los buses o haciendo piruetas y contorsiones en los semáforos por cien pesos.

Hechos que de tanto repetirse terminan futilizados. Si en el Reino Unido, país de modernidad ultraterrena, se habla de asesinato de la infancia, qué nombre le pondríamos a lo que ocurre en nuestro país. ¿Asesinato sistemático, ejecución sumaria de la infancia? ¿Algo peor? Mi mente sigue corriendo con tristeza.

En la última semana se expidió una nueva ley, El código de la infancia y la adolescencia. Esta dota a varias entidades del Estado, a la sociedad y a las familias en general de nuevas herramientas institucionales y jurídicas para prevenir y castigar la violencia contra la infancia. Es un avance importante. Sin embargo, en medio de esta exagerada fecundidad legislativa que tiene el Estado colombiano para tratar de solucionar todo por decreto, hay que desconfiar.

Repaso recuerdos de mi niñez, que en algunos momentos conoció los casos de amigos que estuvieron envueltos en las marañas del antiguo Código del menor, debido a problemas entre sus padres. Realmente no me acuerdo que les haya servido mucho; la naturaleza del problema era más complicada. Además de la Ley, la solución implica acabar con tanta pobreza que humilla al cuerpo y los sentimientos de los niños y que, en medio de la desesperanza y el abandono que produce, los hace objeto de venta y maltrato con una naturalidad pavorosa.

Implica ponerle punto final a este conflicto armado que abusa, al mismo tiempo que ayuda a invisibilizar las otras formas de violencia cotidiana. Implica además que los casos no se arrumen en los juzgados, que se condene a los culpables.

Y conlleva, entre tanta publicidad soterrada pero al mismo tiempo apologética de la violencia y del sexo mercancía, formar ciudadanos que le brinden a los niños comprensión y no maltratos. Apoyo en reemplazo de armas. Y más respeto para desterrar cualquier tipo de muerte de esa etapa de la vida que siempre debiera estar llena de sonrisa e imaginación.

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