El camino de la Felicidad

29/04/2011

Un pequeño Estado, Bután, que se ha propuesto buscar la felicidad de sus habitantes, y para ello ha diseñado una medida institucional, la Felicidad Interior Bruta -FIB. Una organización establecida en Londres, Action for Happiness, que se ha dado a la tarea de promover un paquete de acciones que contribuya a lograr mayor bienestar y felicidad personal. La felicidad está adquiriendo connotaciones prácticas para vivirla aquí y ahora.

Los estudios contemporáneos sobre la felicidad están alejados de quimeras y trascendentalismos, la definen como un estado personal de satisfacción, de sentirse bien consigo mismo y con la vida. Esta forma de entenderla se convierte en una verdadera exigencia para los estados y la sociedad.

Querer ser feliz es humano. Y aunque la mayor parte de las veces la felicidad nos parezca un ser tan difícil de aprehender y tan fugaz cuando la logramos palpar, no dejamos de insistir en su búsqueda esperando con impaciencia, yendo por ella u olvidándola de vez en cuando para que sea ella la que nos sorprenda. Buscamos en sus sucedáneos, el placer, el éxito, el dinero, la diversión, la fe en algo, confiando tal vez en que alguno de estos atajos nos lleve al abrigadero de la presa principal.

Lisa Napoli es una periodista estadounidense que llegados los cuarentas no sabe qué hacer con su vida. Deja atrás a amigos, amores, ofertas de trabajo para aventurarse en las tierras del pequeño Bután en busca de sentido y sosiego. En su viaje descubre algo por sí misma que ya otros habían descubierto milenios atrás, que lo que ella pueda dar a los demás le hace sentir más satisfecha que todo lo que ella pueda adquirir.

Cada año miles de occidentales hacen este tipo de viajes, uniforme de hippy o ropa de playa en mano, para encontrarle un poco de calma a sus sentimientos de incompletud y frustración, y descubrir un nuevo sentido en sus vidas. Viajan a algún lugar de la India, Nepal, Laos, Camboya o China, se topan con las tristezas de la pobreza y parece que algo descubren. Unos pocos publican sus memorias de viaje, como el caso de Lisa Napoli, que más tarde compran aquellos que no pueden viajar con la expectativa de poder morder un pedazo de consuelo.

No obstante estas aventuras personales, la investigación se ha interesado con mayor detalle en las claves subjetivas, ambientales y biológicas de esa presa escurridiza que llamamos felicidad. Sus conclusiones -que se pueden seguir en Journal of Happiness Studies, Science, Review of General Psychology- confirman algunas intuiciones y viejas ideas que habían sido subvaloradas. En general convergen en que todos los paraísos que nos ofrecen la compra incontenible de cosas, el culto a uno mismo, el individualismo, la hiperactividad, el frenesí de alcanzar el éxito, son falsos.

Sus resultados son también más específicos. Que las sociedades se hagan más ricas no significa que su gente se convierta en seres más felices -no obstante, los ricos en cualquier sociedad gozan de una mayor satisfacción personal que los pobres. Que los jóvenes y los mayores de sesenta, en general, resultan más felices que aquellos que se encuentran en la madurez. Que el altruismo apareja más satisfacción que la entrega a los placeres personales. Que el amor familiar y las relaciones gratas de amistad producen un mayor sentimiento de bienestar que la acumulación de dinero -cuando ya se han cubierto las necesidades básicas. Que los genes están involucrados en la propensión a asumir la vida con mayor o menor satisfacción, pero que las experiencias predominan sobre ellos.

En consonancia con estos resultados se ofrecen recomendaciones. La investigadora Sonja Lyubomirsky de la Universidad de Carolina sugiere, por ejemplo, agradecer a los demás, dedicarle tiempo a la familia y a los amigos, cultivar el optimismo, ser bondadoso, llevar a cabo algún tipo de ejercicio, sonreír un poco más, hacer actividades que apasionen, perdonar. Estas recomendaciones, incluso, están yendo más allá de lo individual y se dirigen a los asuntos de política pública. El economista británico Richard Layard, cofundador de Action for Happiness, recomienda, entre otras cosas, utilizar los impuestos como un mecanismo que contribuya a un mejor equilibrio entre el tiempo que la gente dedica al trabajo y el tiempo libre, mejorar la seguridad ciudadana, luchar contra la depresión y desestimular la comparación social (envidia).

En la actualidad la investigación experimental puede identificar qué se siente, cuánto se siente, dónde se siente y qué huellas deja lo que se siente. Por eso es posible estudiar mejor la felicidad. Y dando un paso más, lo que se espera es que las nuevas conclusiones lleguen también al terreno de las políticas estatales. Si éstas se combinasen, por ejemplo, con los programas de desarrollo habría que asumir los cambios que ello conlleva en los contenidos educativos, en la protección de las relaciones familiares, en el mayor cuidado de los lugares donde la gente comparte y se relaciona, en lo que promociona la publicidad, en el trato que se da a la naturaleza.

La felicidad se ha desprendido de los trascendentalismos que la fijaban en cúspides inasequibles o después de la muerte. Hoy se disfruta de cosas que, en su momento, se consideraron irrealizables. Lograr que la gente se sienta más satisfecha con lo que es y con la vida, que la gente sufra menos y goce de mayor tranquilidad, están en la lista de lo alcanzable, y de lo exigible.


*Fotografía: "Giving", by Action for Happiness.

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El peligro de ser joven

15-04-2011

En la arena de Spartacus lo que más fluye es ese líquido rojo que nos hace vivir, pero que en una pantalla de casa nos recuerda la pasión por lo primitivo. Gladiadores esculpidos en los gimnasios de Hollywood se cortan y despedazan a su antojo para deleitar los gustos actuales, en medio de intrigas inventadas y sexo. La serie tiene todo lo que los productores saben que mueve a la juventud promedio: espectáculo violento, belleza femenina, músculos, libido, intrigas insulsas, perversión. A dónde irá toda esa buena porción de violencia que consume la sociedad y, especialmente, los jóvenes.

En Río de Janeiro no salen todavía de la estupefacción. Wellington Menezes, un joven de 23 años, ensimismado, internauta, simpatizante alguna vez de los Testigos de Jehová, pero también del fundamentalismo islámico, llega al colegio Tasso da Silveira con una pistola calibre 38 y se dedica a disparar cual película de Tarantino. Tirotea a doce adolescentes y luego se suicida antes de que la policía lo capture. Un estilo de masacre que, en principio, se creía propia solo de algunos jóvenes perturbados de los países ricos, de Estados Unidos, de Europa. Pero resulta que no, que los países ricos ya no tienen esa exclusividad, que en una barriada de Brasil también se intenta calcar la masacre ocurrida en Virginia Tech. Brasil ya no es un país para viejos.

Cada día la prensa amarilla trae algún caso de violencia contra jóvenes o perpetrada por jóvenes. Una chica mata a una de sus amigas, Londres. Dos chicos mueren de camino a casa después de ser envestidos por otros jóvenes pasados de alcohol, Ciudad de México. Jóvenes baleados en medio de las protestas, Siria. Un joven rumano estrangula a su novia después de que le dijera que estaba embarazada de otro, Madrid. Amenazas y violencia de distinto tipo aparecen dispersas y se terminan diluyendo en las cosas del día a día. Sin embargo, cuando se organiza toda esa información suelta para saber qué está pasando con más detalle, los jóvenes se ubican como un sector bastante vulnerable. Y las cifras empiezan a corroborar su dimensión.

La revista británica The Lancet ha publicado los resultados de un estudio internacional que muestra que, por primera vez en cincuenta años, la tasa de muerte de adolescentes y jóvenes supera a la de niños tanto en países ricos como pobres. Con las nuevas cifras, ahora no solo hay que preocuparse por la muerte prematura de niños en el mundo, sino también, por la muerte prematura de adolescentes. Específicamente, “los índices de mortalidad de varones de 15 años son ahora dos o tres veces más altos que los de niños varones menores de 10 años”, afirma el estudio.

Las causas principales de estas defunciones obedecen a la violencia, el suicidio y los accidentes de tránsito. La vida moderna parece estar siendo “mucho más nociva para los adolescentes y los jóvenes”, explica Russell Viner, director del trabajo. Tal cual están las cosas, hoy existen más riesgo de morir al llegar a la juventud que durante la infancia.

No existe una sola causa a la que se pueda responsabilizar de la mortalidad juvenil, sino múltiples orígenes que se combinan explosivamente. Urbanización acelerada, dislocación social, depresión sicológica y desesperanza, por un lado; apología, culto al riesgo, y oferta obsesiva de productos culturales violentos, por el otro. Metidos entre la espada y la pared, a veces uno podría preguntarse cómo es que los jóvenes participan de todo esto y no estallan en la misma proporción que toda la presión en la que están inmersos.
A dónde irá toda esa buena porción de violencia que consumen los jóvenes.

Quisiéramos pensar que a lo mejor alguna parte del cerebro transforma o sublima las cabezas decapitadas y las extremidades cortadas a machetazos de los filmes en sueños nocturnos saturados de jardines con flores blancas. Pero nada más ingenuo. Lo que está mostrando la realidad es que se está pareciendo más a las series y a las películas que a jardines primorosos.


Fotografía: Chico -BBC.

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