Escobas y bombarderos

25-02-2011

Barricadas, piedras en el aire, pancartas en inglés, tiroteos de madrugada, edificios oficiales ardiendo, gente abrazando a soldados, jóvenes ensangrentados en medio de las revueltas. Todo tan real, la lente no espera a que el pan salga del horno; está dentro del fuego que cuece. Revolución es una palabra que sonaba a antigüedad, que olía al humo de las viejas antorchas y remembraba el coraje de los tatarabuelos. Quién habría de apostar que a principios del siglo XXI el mundo iba a presenciar revoluciones con mayúscula en el mundo árabe. Y que éstas iban a ser emitidas en directo, para no tener que imaginarse los rostros y la vestimenta de la gente que se impuso en las calles, sino para conservarlos en la memoria electrónica de cámaras y teléfonos personales.

La historia inunda ahora los ojos con abundantes imágenes enviadas desde aquella parte del mundo. Mujeres con pañoletas y el puño en alto en Túnez, hombres que dormían en escampados de la Plaza Tahrir de El Cairo recobrando fuerzas antes de continuar las protestas, niños que han sido baleados por mercenarios contratados para contener las protestas en Libia. Transmisiones en directo que han incidido en la expansión de las revueltas a otros estados. En todo ese material sorprenden dos hechos muy particulares y contrapuestos pero que denotan, uno las esperanzas, y el otro las crueldades de esa tormenta sin final cercano. En el primero, los egipcios barren la Plaza Tahrir después de que Mubarak fuera obligado a dejar el poder. En el segundo, aparece uno de los aviones de combate que Gadafi ha enviado para bombardear a los que protestan en su contra.

Un día después de que triunfaran los manifestantes, la gente salió a barrer la Plaza Tahrir, el centro de la revolución en Egipto. Levantaban los autos incendiados, quitaban tablas y pedazos de latón que días antes fungieron de protección contra las piedras y las bombas molotov. Madres e hijas, jóvenes y viejos amontonaban los escombros con escobas que traían de sus casas. Apilaban bolsas de basura que a veces se rompían por el peso. Hasta la estatua principal de la plaza fue limpiada. ‘Clean Egypt if you love Egypt’, tenía escrito un joven en su espalda.

En otra parte de la región, en medio de la desesperación, Gadafi y sus militares cercanos quieren mostrar su inteligencia a la hora de contener las manifestaciones en su contra. Libia es una dictadura diferente. Libia no es Túnez ni Egipto, emanarán ríos de sangre y el país caerá en una guerra civil, dice uno de los hijos del que se hace llamar, paradójicamente, líder de la revolución Libia. Y he aquí esa imagen de un avión de combate libio, de un acorazado de acero, que acababa de aterrizar en Malta después de que su piloto desobedeciera la orden que había recibido de bombardear a los manifestantes. Aviones de guerra contra piedras. Así es como se aplaca el posible triunfo de una revolución, matando a diestra y siniestra, para que el resto de dictadores que aún quedan en el mundo tomen nota y emulen. Los ciudadanos libios también envían imágenes reales de lo que está ocurriendo, a pesar de las restricciones que existen a la comunicación.

La lente sigue captando mientras el iris se engorda con todos estos acontecimientos que se viven en directo. Aquellos que aseaban, recogían escombros, fregaban paredes y lustraban estatuas en El Cairo sabían que seguían siendo observados por el mundo. La familia Gadafi, que ahora se atrinchera en Trípoli, supone que el mundo no observa el calibre de la represión que están llevando a cabo, nada más lejano de la realidad visual del mundo actual.

Existen a veces entre los seres humanos actos cercanos, actos que evocan la textura del cuidado. El acto de barrer, de limpiar, de recoger la mugre que uno ha generado es una acción sencilla y básica de civilización. Y existen otros tan desproporcionados, como ordenar bombardear a manifestantes que exigen el final de un régimen, que sólo pueden aludir a la barbarie y la locura.

Las revoluciones no se caracterizan por el sosiego aunque al final se puedan ver rostros cargados de alegría. Contrario a lo que se pueda desear, dejan huellas de sangre y turbulencias que se extienden durante largos períodos. Sin embargo, también cada una deja ejemplos singulares al lado de los macabros. Tal vez la de Egipto sea la única donde los protagonistas han salido a barrer las calles después de la victoria.

Una imagen que renueva la historia borrosa de las viejas revoluciones. Un testimonio visual que se puede reenviar.



*Fotografía: Voluntarios egipcios limpian las calles después del triunfo de las revueltas (Ben Curtis/AP 13-02-2011).

Publicado en: http://www.diariocritico.com/2011/Febrero/opinion/madrid/256401/madrid.html

Furias

o4/02/2011

Casas arrastradas por la corriente, restos de cuerpos esparcidos en el suelo, revoluciones sociales que triunfan contra los déspotas. El año occidental apenas comienza, en un planeta donde acaecen eventos extraordinarios. Inundaciones en casi todos los continentes; atentados terroristas que matan a muchos; y revoluciones dirigidas a derrocar a dictadores.

Todo está sucediendo en grandes proporciones, sin que parezca existir conexión alguna entre estos eventos.

El agua cae a su ritmo y sube hasta donde quiere. En su travesía inunda cultivos enteros, arrastra todo lo que su fuerza le permite, casas, autos, árboles, murallas de cemento, ganado, gente. La desproporción de su furia hace ver insignificante la capacidad humana de respuesta. Devastación en Australia, millones de afectados en Colombia, Filipinas y Sri Lanka, centenares de muertos en Brasil.

Las previsiones que desde años atrás se vienen haciendo sobre los posibles efectos devastadores del cambio climático pueden ser fáciles de digerir en el papel, pero muy difíciles de soportar ahora que empiezan a golpear de forma extrema a la gente.

El primero de enero puede ser un día tranquilo, un día de regocijo para muchos. Pero los cristianos de Egipto no podrán decir lo mismo. En la noche de Año Nuevo en Alejandría, mientras se celebraba una misa, un hombre bomba se explotaba a la salida de la iglesia matando a una veintena de personas.

El veinticuatro de enero el aeropuerto internacional de Moscú fue estremecido por otro hombre-bomba. El suicida había escogido la zona de llegada de pasajeros con el propósito de matar al mayor número posible de viajeros. Mató a una treintena.

El atentado en la ciudad egipcia parece inscribirse en una yihad global promovida por extremistas islámicos; el de Moscú, con separatistas islámicos procedentes del norte del Cáucaso. Estos hechos sangrientos tienen en principio causas y objetivos distintos, no obstante confluyen con el aumento del terrorismo islamista y su amenaza en casi todo el mundo.

La gasolina es bastante inflamable, y puede llegar a ser peligrosa. Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante de un pueblo perdido de Túnez, acababa de ser humillado una vez más por la policía y una funcionaria municipal, había recibido una bofetada y le habían quitado su mercancía. Bouazizi compro un galón de gasolina, bañó su cuerpo en él y se prendió fuego.

Su ira se ha extendido a todo el norte de África, una región gobernada por dictadores y monarcas, que han hecho del despotismo y el latrocinio el modo de atornillarse en el poder, de espaldas a la precariedad en la que vive la mayoría de la población. “Pan, agua, libertad”, “Fuera Ben Ali”, han gritado en Túnez; “Fuera Mubarak”, gritan en Egipto; “Fuera Saleh”, se escucha en Yemen.

Las revoluciones del norte de África hacen parte de esa fuerza que busca en el mundo la desaparición de los autoritarismos. La idea es clara, “se ha acabado el tiempo en que los Gobiernos sobreviven con la represión”, ha resumido el primer ministro de Turquía.

Nada parecen tener en común todos estos eventos que le dan la vuelta al mundo. Los torrentes que azotan a Australia parecen muy lejanos de los hombres-bomba que se inmolan en Rusia y aún más lejanos de las piedras que lanzan los jóvenes en Egipto. Sin embargo, todos ellos pertenecen a las grandes tendencias del futuro.

Las consecuencias de los cambios extremos del clima estarán presentes durante al menos todo este siglo. Y entre más prosigan los gobiernos dilatando la llegada a acuerdos concretos para controlar y reducir el impacto de la acción humana en la naturaleza, los desastres podrían ser peores.

El terrorismo extremista continuará siendo una amenaza real mientras siga existiendo la opresión, mientras la solución a la pobreza y la ignorancia sigan siendo aplazadas, y mientras los seguidores de las distintas religiones sigan considerando superior su creencia por sobre la de los otros.

Y la presión del inconformismo social sobre los gobiernos se irá incrementando debido a las grandes disparidades sociales y los sufrimientos evitables que aún subsisten. En un mundo media-visualmente comunicado, el bienestar y el fin de la opresión constituyen aspiraciones en cualquier rincón olvidado del planeta, que los gobiernos ya no podrán seguir posponiendo.

El siglo apenas despunta. Aún queda mucho por ver.

*Protestas anti Mubarak en Egipto -Reuters 2011.

Publicado en:

http://www.semana.com/noticias-opinion/furias/151292.aspx

http://www.diariocritico.com/mexico/2011/Febrero/opinion/marlon-madrid/253352/marlon-madrid.html

http://www.diariohorizonte.com/noticia/9997/furias