Su propia fosa

11-10-2006
Cuántos secretos escalofriantes guarda la tierra. Ella que nos ha ayudado con los alimentos y riquezas. Que muchos campesinos desean y no tienen. Y a la que obligamos a guardar muertos que no quiere, aunque los gusanos que la habitan y el monte que la adorna se nutran con sus partes blandas.

Cuando ha pasado un buen tiempo la tierra que ha sido removida con pala cede un poco. Se hunde, tal vez tratando de mostrar que esa sedimentación no es normal. Que es producto de los brazos humanos –Algunos expertos podrían señalar que el territorio colombiano se ha hundido algunos centímetros producto de tanta tierra removida para sepultar cadáveres.

En Putumayo han encontrado uno de estos hundimientos. En su interior, la osamenta de una mujer. Y en la parte que alguna vez fue vientre, pequeños huesos en formación. Tenía unos siete meses de embarazo.

En la zona rural de La Gabarra, Norte de Santander, en abril pasado encontraron dos de estas oquedades de tierra blanda con cerca de treinta restos humanos. La eficiencia aplicada al arte de acabar vidas humanas a veces puede producir hacinamiento de cadáveres.

Algunos seres no fueron sepultados en excavaciones medianas. Escuetamente se les ubicó en pequeños hoyos, previo corte o desmembramiento de su cuerpo. Entre otras razones, porque produce menos cansancio picar carne que cavar un hueco decente.

Sin embargo, no todos aquellos que les quitaron la vida han tenido este tipo de sepultura. Sus cuerpos han quedado al descubierto, sobre la faz de la tierra para que todos observáramos lo que ciertos humanos son capaces de hacer con un machete o un fusil. Otros, en medio de la fatiga, simplemente fueron arrojados a algún afluente. La cosa podía depender del tipo de retaliación, mensaje o de las circunstancias del asesinato.

Algunas osamentas aparecen con fracturas, cortes. Lo que evidencia la posible tortura previa a la última súplica. Otras evidencias indicarían que las víctimas eran ladrones de barrio, prostitutas u homosexuales –Los males sempiternos de nuestra pervertida moralidad cristiana.

En un lenguaje que desvergonzadamente espera reconocimiento político, a esto tipo de aniquilación sistemática y prolongada de las fuerzas paraestatales colombianas se le llama “quitarle el agua al pez”. Aunque el pez no necesite del agua para subsistir y reproducirse.

En días pasados el Presidente de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación estimó que sólo del lado paramilitar se podrían hallar unos diez mil cuerpos enterrados en esas tumbas terroríficas e improvisadas.

Pero antes de que se sepa toda la verdad, algunos de los que las cavaron corren a removerlas de su conciencia. Confesándole a algún sacerdote o a la Fiscalía el paradero. Pero también removiéndolas directamente para lanzar lo que queda dentro de ellas a algún lugar donde desaparezcan por siempre.

El jefe máximo de estos excavadores y mutiladores, era implacable. “Si a un enemigo hay que matarlo yo digo: hay que matarlo”. Y más frío aún, “Nuestros métodos producen excelentes resultados”, le responde en el 2000 al periodista Darío Arizmendi en aquella primera entrevista televisada y efectuada en horario triple A.

Pero estas numerosas tumbas degradantes tienen su misterio. Se pegan en la piel de quien las excava o patrocina y empiezan a halar hacia ellas. Como si el destino fuera fatalmente circular. Al modo en que algunas serpientes se destrozan mordiendo su propia cola.

En el 2004 el jefe máximo recibió en la sien izquierda un impacto de bala nueve milímetros. Posteriormente, conducido a unos veinticinco kilómetros del hecho en una camioneta de estacas. Su cuerpo esperó a la intemperie en medio de los ruidos de la naturaleza y del calor atlántico mientras la pala cavaba. Luego, su cuerpo es arrojado a la fosa común. Su propia fosa. Una muerte y una excavación que al parecer tienen un sello fraterno.

En aquella entrevista de Arizmendi, el jefe máximo se refería al perdón a sus enemigos históricos, y lo hacía realmente sin meditar mucho sobre su propio futuro. “Habrá que echarle tierra a eso”, dijo.

Pero, antes de echar tierra a eso habrá que seguir reexcavando para sacar de las profundidades el dolor de muchos de los que ahora acompaña.

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