Salvar a la Tierra

25-03-2007
Con todas sus fuerzas levantan los garrotes. Largos, robustos, de madera contundente, y con puntas de acero capaz de destrozar cualquier carne que se atraviese alrededor. Los dejan caer una y otra vez sobre sus cuerpos. Se escuchan chillidos en medio de los blancos témpanos de hielo que poco a poco se van tornando rojos, grasosos.

Algunos cachorros huyen a ninguna parte. Otros se desangran lentamente hasta morir en su propio fluido. Decenas de miles de focas arpa son sacrificadas en las cacerías que se adelantan en las costas del noreste de Canadá. Su piel nutre los mercados de la moda en China, Japón, Noruega, Dinamarca, Polonia, Estonia, Grecia, Rusia.

Son los seres humanos que muestran su poder excesivo sobre una naturaleza cada vez más arrinconada. Nos extendemos sobre las tierras y los mares poniendo las condiciones e intentando adecuar la naturaleza a nuestros variables caprichos o a las acuciantes necesidades que creamos y recreamos.

En México, cada vez llegan menos mariposas monarca. A lo largo de los años, unos ciento veinte millones migraban desde Canadá y los Estados Unidos para hibernar entre los bosques de pino que cubren las montañas volcánicas de Michoacán. Este espectáculo de colorido y belleza palidece. La tala de árboles, los pesticidas, la quema forestal inducida, los cambios en las temperaturas han transformado el hábitat de estos insectos y provocado su descenso vertiginoso.

Y aunque distintas organizaciones ecológicas trabajan para su protección, los esfuerzos no han sido suficientes. Se enfrentan a la necesidad de adecuar más tierras para la agricultura, la ganadería o la industria forestal en México. Y un esfuerzo de fondo implica el concurso de esos tres países. Pero las mariposas no representan nada como para cambiar el rumbo industrial de estas naciones.

En la India, el río sagrado agoniza. Se ha convertido, al igual que casi todos los ríos del planeta, en un vertedero de los excrementos humanas y de los residuos industriales. Cada seis años, millones de peregrinos se reúnen en las orillas del Ganges para bañar sus cuerpos o empapar sus cabezas con reverencia. Para ellos, el Ganges es una diosa. Una luz que purifica. Que limpia pecados.

No obstante, la limpieza de los pecados resulta cada vez más una percudida de cuerpos. El Ganges es de los ríos más contaminados del mundo. Sus aguas son la razón principal de millones de casos de disentería amebiana y hepatitis presentes a lo largo de su cauce. De acuerdo con un artículo publicado por Associated Press, cada minuto muere una persona en su cuenca por enfermedades acuáticas.

En Colombia, a pequeños lagartos los enrollan en la ropa interior, a las aves las esconden en tubos de sanitario, a pequeñas crías de micos las meten en los termos chinos que sirven para conservar el café. Solo en el primer semestre del 2006, las autoridades incautaron 7.309 aves, 27.936 reptiles, 888 mamíferos y miles de moluscos, crustáceos y pescados. Toda la imaginación humana puesta al servicio del tráfico ilegal de animales.

La mayor parte de este tráfico va a satisfacer la vanidad de coleccionistas estadounidenses, la exclusividad de la moda europea o el exigente paladar de Oriente Medio. La fauna y la flora de Colombia son de las más saqueadas del planeta. En 20 años desaparecerá el 40 por ciento de sus especies. El segundo país más rico en biodiversidad ha dejado que la colonización de la selva, la cultura de la ilegalidad, la pobreza rural y la codicia comercial pisoteen la naturaleza.

De África al Ártico, de Asia a América, damos la vuelta a la Tierra y en cada rincón donde los seres humanos han puesto su grandeza también han dejado su huella devastadora y contaminante. Esto se debe en parte a que la mayoría hemos aprendido que la naturaleza es solo un instrumento útil para la supervivencia o para satisfacer la codicia. Y hoy la hemos llevado a un límite en que la propia vida humana se encuentra en riesgo.

La Tierra no depende de nosotros para existir. Pero nosotros sí dependemos de la vida en la Tierra. Nunca había existido un momento como el actual, en el que los seres humanos fueran tan responsables de lo que pase o deje de pasar con la vida en este planeta. Pero tampoco habíamos tenido el desafío de que, cambiando pequeñas cosas en lo que hacemos todos los días, ayudásemos a salvarla.

>>Publicado originalmente en:
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3530851.html

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