86 días de hambre

05/03/2010

Desesperación. Hay muchos presos en el mundo, la mayoría cumplen su condena y salen, otros mueren en la cárcel sin lograr cumplir su pena. Sin embargo, pocos presos en el mundo toman la decisión de dejarse morir de hambre por las injusticias que rodean su condena. Ochenta y seis días son muchos días. Un día, dos días, tres días, cuatro días, cinco días, seis días… cansa contarlos. En todo ese tiempo pueden suceder muchas cosas, se pueden salvar muchas vidas, y también se puede dejar que algunas se mueran. El veintitrés de febrero pasado murió Orlando Zapata Tamayo, un preso político que se encontraba hacinado en un calabozo cubano. Iba a cumplir tres meses en huelga de hambre en protesta por las palizas y los malos tratos que recibía en la cárcel. Murió con la piel pegada al hueso, desnutrido, consumido por la autofagia y la rabia.

El estado cubano hizo lo que sabe hacer con distinguida maestría, hacerse el de oídos sordos, criminalizar y acusar a sus adversarios políticos de ser mercenarios al servicio del país del norte. Este preso era un mercenario contratado para dejarse morir, por supuesto. Zapata fue trasladado al hospital sólo un día antes de su fallecimiento rodeado de agentes oficiales. Ninguno de sus familiares pudo estar cerca antes de su último instante. ‘Cuando llegué al hospital ya había muerto. Todavía estaba blandito. Yo lo toqué, le di un beso, ya estaba tapado’, alcanza a decir Reina Tamayo, su madre.

Las huelgas de hambre son un arma de los que no tienen armas; usualmente la llevan a cabo sectores débiles de la población para que sean conocidas reclamaciones que, de otro modo, no alcanzarían a ser escuchadas. Es un instrumento que se utiliza por el fuerte impacto emocional que produce, independientemente de si las razones que la originan son justas o no. Es una medida desesperada, radical, aunque frágil al mismo tiempo. Todo ello lo sabe muy bien la disidencia cubana, no obstante la siguen utilizando porque tienen pocos recursos a los cuales recurrir.

Y es cierto que la presión de un individuo en huelga de hambre no debería, en principio, hacer cambiar las políticas de un régimen, tal cual lo ha sugerido Lula da Silva al referirse al caso de Zapata. Pero el valor de este tipo de premisas depende del contexto político en el que se produce. Cuba no es una democracia. Desde hace más de cincuenta años, un régimen personalísimo vende las ilusiones de una aventura revolucionaria que se truncó. Y lo que hoy esperan con impaciencia sus contradictores; y, a decir verdad, con paciencia incluso sus propios aliados, es que este régimen sea relevado pronto. Mientras esto ocurre, su gobierno se reinventa reacomodando sus restos en las nuevas tendencias, al tiempo que persiste en su intransigencia ‘revolucionaria’.

Zapata es el primer preso político que muere en huelga de hambre en la isla desde 1972, fecha en la que fallece Pedro Luis Boitel en las mismas circunstancias. Y la lista podría extenderse. Hoy se encuentra internado en un hospital el opositor Guillermo Fariñas después de perder el conocimiento tras ocho días de no haber consumido agua y alimentos en protesta por la muerte de Zapata. Este psicólogo y periodista está decidido a morir también. ‘Ojalá me muera’, ha dicho. ‘Hay momentos en la historia en que tiene que haber mártires’. Mártires. Todo esto suena a locura, a incoherencia, no obstante revela también una angustiosa realidad.

Así pues, cuando se piensa en este preso que ha muerto gratuitamente, se debe pensar también en esa parte de América que está cansada, iracunda, que ya no soporta más la testarudez. Ese joven albañil, condenado a treinta y seis años de cárcel, estaba exasperado por una justicia y un cambio que no llegan en Cuba.

‘Yo digo así al mundo: este es mi dolor. […] yo con mi dolor profundo pido al mundo que exijan la libertad de los demás presos, de los demás hermanos que se encuentran encarcelados injustamente, para que no vuelva a suceder lo que ha sucedido con mi hijito”, pide Reina Tamayo después del funeral. Ya está muerto, los presos políticos permanecen en el mismo lugar y el régimen sigue allí con apariencia incólume.

Pero todo político sabe en lo que se puede convertir una protesta aislada que defiende la dignidad. Con el tiempo puede llegar a ser un torbellino en su contra, una estaca final, una marea capaz de derrumbar las columnas que se pensaban indestructibles. La dignidad humana es superior a cualquier régimen, a cualquier ilusión revolucionaria.


*Fotografía: Protestas en la embajada de Cuba en Madrid, AFP 25-02-2010.


>>Publicado en:

http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/86-dias-de-hambre_7363661-1


Golpistas y reeleccionistas

28-07-2009
La democracia exige consensos, respeto a los acuerdos, saber esperar. El poder es distinto, siempre busca la expansión ilimitada. Es una bola de fuego en busca del combustible que la haga más grande. La política moderna reconoce esta naturaleza expansiva del poder y debido a ello, en parte, reinventó la democracia para controlarlo.

Lo dividió primero en pedazos administrativos y luego lo partió en pedacitos hasta el último ciudadano con potestad de votar. Este modelo político, frágil y perfectible al mismo tiempo, evitaría los excesos de aquellos que cargan sus antorchas durante un tiempo. Los políticos a menudo aparentan desconocer ambas ideas y, especialmente, la primera. En Honduras se han olvidado de ella.

El presidente depuesto es un auténtico representante del político latino. Esto es, caudillista y dispuesto a reformar la constitución para el beneficio personal o de su proyecto político. Pretendió efectuar una consulta para saber si la población estaba de acuerdo o no con convocar un referendo que abriera las puertas a una Asamblea Constituyente. Un procedimiento que, a su vez, podría haber abierto las puertas a la reelección presidencial. La consulta no era legal, de acuerdo con una nueva normativa establecida por el Congreso hondureño para estos efectos. Tampoco era una idea muy popular.

A pesar de ello, el ahora depuesto presidente siguió adelante con la iniciativa. En este empeño deterioró su credibilidad y su poder. Perdió el apoyo del Congreso, la Corte Suprema, el Tribunal Electoral, el Ministerio Público, el Ejército, los gremios empresariales, el Arzobispado Católico, y hasta el respaldo de su propio partido político. Sólo contaba con el apoyo de una parte de la población. Estaba solo. Era un presidente que se había autoaislado al subestimar el poder de sus adversarios y el de las otras instituciones del Estado y, por supuesto, al sobreestimar su propio poder.

Finalmente, terminó siendo descabezado a la fuerza en una confabulación de todos los otros poderes -y aquí está el centro de la crisis actual. El Ejército –que en América Latina no es un cuerpo subordinado, sino, un poder más- hizo el trabajo sucio de detenerlo en pijama y expulsarlo del país, algo que las otras instituciones aprobaban pero que no podían ejecutar. De este modo, terminó consumándose un golpe de estado avalado por una Corte Suprema. Todo un esperpento jurídico.

Al lado de la naturaleza expansiva del poder, está la fuerza de las costumbres, que se encarga de desnudar y exponer la cultura tal cual es, sin adornos y decorados. Y a algunas costumbres hay temerles tanto como a la naturaleza del poder. En América Latina una de las costumbres distintivas de la política desde el surgimiento de las primeras repúblicas es el golpe de estado. El procedimiento violento preferido para resolver los conflictos, hacerse con el poder y enrocarse en él. La revolución ha sido un evento escaso y débil; y la democracia, un proyecto en construcción, una idea que cuesta aprender.

Este golpe de estado se ha considerado una vuelta a ‘la caverna’, pero esta afirmación no es precisa. Porque ‘la caverna’ siempre ha estado allí, hace parte de la epidermis política, y guarda unas brasas calientes que no se extinguirán fácilmente. Los ejemplos son conocidos. En poco más de una década: el presidente de Haití fue descabezado dos veces, en Perú se produjo un autogolpe, en Venezuela gobierna el protagonista de un golpe fallido a quien también intentaron derrocar infructuosamente, en Bolivia y en Ecuador ha habido varios intentos malogrados.

Sí, el poder es expansivo e insaciable y la costumbre es más espesa que el agua. Como la dictadura militar o civil ha perdido reconocimiento en el mundo, ha aparecido en los últimos años una hermana gemela que busca lo mismo –perpetuación en el poder y profundización de un proyecto- pero adornándose con procedimientos democráticos. El nuevo caudillo aspira a reformar la constitución para empotrarse en el cargo cuantas veces se pueda.

Para ello da igual la ideología profesada, cualquier color puede ser un buen exponente de la tradición. ‘La caverna’ nunca ha desaparecido, simplemente se renueva. En Honduras, entonces, pudo más la vieja costumbre del golpe que su versión remozada, el reformismo reeleccionista.

Se ha producido un nuevo golpe de estado en América, en las viejas tierras latinas acostumbradas a los caudillos y a los dictadores. 28 de junio de 2009. Se volvió a elegir la impaciencia y el uso de la fuerza; en vez de la calma y el consenso.

Dicho lo anterior, vale preguntar si los políticos latinoamericanos de vena golpista o reeleccionista habrán aprendido a no incurrir en las malas mañas que desvela esta crisis. En otras palabras, si habrán aprendido algo sobre la importancia de profundizar los acuerdos y la verdadera democracia. Lamentablemente, no.

En Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Nicaragua, continúan las ansias de continuidad personal en el poder. El fuego de ‘la caverna’ seduce.


Fotografía: Luchadores Kushti -AP.

Publicado en:

http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/golpistas-y-reeleccionistas_5728488-1

http://www.soitu.es/participacion/2009/07/30/u/marlonmadrid_1248942068.html