17-10-2007
Este siglo deber ser menos mesiánico y menos bárbaro. En tres años se cumplirá el segundo centenario de las independencias de Hispanoamérica y dentro de todas las preguntas que surgen para su conmemoración inevitablemente aparece la de cuánto se han madurado los valores de la democracia. Si durante estos dos siglos hemos sabido representarnos.
La respuesta no es halagadora. Si algo ha caracterizado en estos dos siglos a esta parte de América no ha sido con seguridad la democracia. Fueron sí sus delirios violentos, sus dictaduras sucesivas y sus crisis políticas permanentes. Solo desde las dos últimas décadas del siglo pasado se empezó a vislumbrar un agotamiento de esta constante, pero sin que aún se pueda dar parte de victoria. Persisten rezagos y espantos que se niegan a perecer.
Esta reflexión cobra importancia en estos días en que han coincidido las diligencias de varios procesos judiciales que se revuelcan entre las calderas dejadas por los dictadores. Cobra importancia también por la corriente reeleccionista, que se extiende en toda la región y que preocupa porque parece heredar ese desdén por los procedimientos democráticos que de buen modo saben despreciar los dictadores y sus atormentados feligreses.
-El viernes pasado, Alberto Fujimori debió rendir la primera declaración instructiva ante la Corte Suprema de Perú. Se le acusa de estar al tanto del asesinato de quince personas en Barrios Altos por supuestos vínculos con el grupo Sendero Luminoso y del secuestro y asesinato de nueve estudiantes y un profesor de La Cantuta a manos de unidades de exterminio del Ejército. También se le acusa de haber concentrado todo el poder del Estado, de corrupción y de otras arbitrariedades. Fujimori está preso. Dice que teme morir en la cárcel y, al igual que casi todos los abusadores del poder, se considera salvador e inocente. "He sido el presidente que ha vencido al terrorismo y sentando las bases del desarrollo que hoy ya el Perú comienza a disfrutar", asegura. Los jueces piensan otra cosa.
-Dos días antes, el miércoles, la Iglesia Católica había recibido una dura sentencia. El sacerdote Christian Von Wernich fue condenado a cadena perpetua por estar implicado en el asesinato de siete personas, la tortura de treinta y el secuestro de cuarenta y dos más. Christian Von Wernich recorría los centros clandestinos de la última dictadura argentina impartiendo la palabra divina mientras torturaban a los detenidos. "Tu vida depende de Dios y de que colabores", bromeaba. El caso retrata hasta dónde la violencia política y su justificación infestaron la cultura en la región. Él también se juzgó inocente al comparar su caso con el de Jesucristo. Él "tuvo un juicio apoyado por el pueblo, que pidió que fuese crucificado, pero resucitó".
-Y hace poco más de una semana, la esposa, los cinco hijos y los colaboradores más cercados del ex dictador Augusto Pinochet fueron detenidos por el latrocinio de las arcas públicas durante el régimen. Deben responder por el origen familiar de 20,2 millones de dólares. Las sombras de uno de los dictadores más implacables del Cono Sur rondan a sus familiares. Ellos, como corresponde, también se presumen inocentes. "Aquí hay un móvil político. Quieren exterminar todo lo que sea de Pinochet", dice un diputado que critica la medida.
Estos casos, que han estado en los últimos titulares de la prensa hispanoamericana, resumen en parte, no la fortaleza de la justicia, sino la pobreza de los hábitos políticos que abrasaron a toda la región. En contraste, lo que uno espera es que las vueltas al pasado a las que nos llevan esos juicios sean una manera de liquidar definitivamente los restos de dos siglos de burla y esquizofrenia políticas.
>>Publicado originalmente en:
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3768979.html
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