Rostros y... riquezas

24-03-2008

Un africano entra al metro, tiene el poco tiempo que se esfuma entre una estación y la otra. Su apariencia es fuerte, atlética. Lleva una camisa con camuflado militar. Se para en el centro del vagón, introduce un pequeño tambor entre sus piernas. De pié, canta una canción mientras toca el tambor. Su idioma nadie lo entiende. Tiene una voz suave que contrasta con la vergüenza de su rostro.


Los cueros siguen sonando. Nadie lo mira, lleva el mismo rostro que se replica en cada cayuco que alcanza a llegar a las costas del Mediterráneo. El metro ha llegado, esta vez nadie le ha dado dinero.

Al final de la noche, el metro transporta otros rostros. Además de los jóvenes que buscan algo de diversión, se ven señoras y hombres cansados. No son elegantes, sus ropas no están en función de la moda, sino en función de la faena. Sus fisionomías parecen venidas de la América andina, de la China o de las polinesias. O mejor, todas vienen de esos lugares.

Cuando vas sumando cada uno de estos momentos no puedes dejar de pensar en que esta ya no es la España que aún sobresale en las vitrinas de las librerías. Este ya no es el país de Franco. Ahora cada vez más es un país de la nueva Europa. Más diverso, más complejo; aunque no menos temeroso.

Si bien la diversidad de rostros y lenguas del planeta constituye una minoría en este país –una décima parte de sus 45 millones de habitantes–, producen hechos cargados de símbolos. El primero de enero de este año, mientras en el centro de Madrid las gentes le daban la bienvenida al nuevo año, una mujer daba a luz a Paolo Enrique. Era el primer bebe nacido en la capital. Su madre, empleada doméstica; su padre, obrero de la construcción. Ambos, originarios de Brasil –del mismo país al que hace pocos días las autoridades del Aeropuerto de Barajas le expulsaron a 30 estudiantes de posgrado que hacían transbordo para ir a un congreso en Portugal. Paolo Enrique pesó 3 kilos y 300 gramos.

El pasado mes de febrero Tingbiao C. lloraba al lado de su esposa, Cuizhu Z. Dos jóvenes que hablaban un perfecto español la atracaron y luego le dispararon. "Ella salió tambaleándose de la tienda y se desplomó en la puerta", dice un testigo. Sólo hacía dos semanas que la pareja china acababa de inaugurar una pequeña tienda de comestibles en el distrito de San Blas. Por lo general los chinos instalan sus negocios con esfuerzo y trabajan mucho más tiempo de lo normal. Al final de la noche cuando no hay un solo supermercado abierto, las zonas de alimentación de los chinos siempre lo están.

El caso de Cuizhu Z., es el de esas muertes que son al mismo tiempo llamativas y grises. El llanto de Tingbiao C. consternaba a sus vecinos, pero realmente no pasó de allí. La campaña política que lo atravesaba estaba concentrada en los tópicos más pintorescos y desagradables introducidos por los miembros del partido conservador.

Es que “no cabemos”, decía su líder. “Las urgencias están colapsadas por los inmigrantes” y además son responsables de “un crecimiento económico de baja calidad”, decía otro. Nada de ello es fiel a la verdad. España no es China, donde la gente cabría menos. No obstante, la verdad es lo que menos importa. Este es un discurso que le viene bien a los temores más primitivos y, sobre todo, a la suma de votos. Poca relevancia tenía que el saldo fuera dividir más a un país ya con viejos problemas identitarios y poco importaba también que se le estuviera dando alimento fresco a la xenofobia.

Pero los temores pueden ser superados. Y allí donde hasta ahora sólo se remarcan problemas, estos rostros africanos, latinos, asiáticos, europeos que se cruzan en las calles y en la vida subterránea pueden desvelar riquezas. España tiene aquí oportunidades de llenar con contenidos la Alianza de Civilizaciones que ha iniciado el actual gobierno, de robustecer el comercio y la cooperación con una agenda de intercambio cultural que tenga un mayor impacto acá y en los países de donde son originarios sus no nacionales, de hacer de las artes, la educación y la cultura expresiones menos localistas y más cosmopolitas.

Por estos días se está presentando en Madrid el primer musical que se realiza sobre El diario de Ana Frank. La niña que protagoniza la obra no es holandesa, ni alemana. Tampoco de España. Nació en Cuba, pero la mayor parte de sus años la ha pasado en Estados Unidos. El rostro de Isabela Castillo sobresale en el teatro Häagen-Dazs. Sólo tiene 13 años.

>>Publicado originalmente en:
http://www.diariohorizonte.com/view/articulo.aspx?articleid=18105&zoneid=31

Memoria

13-12-2007
Nunca debió pasar. Esa es la sentencia más fuerte. Pero casi nunca los símbolos que intentan representar un pasado cruel logran decirlo con toda la contundencia. Se diluye en las lagunas que reposan en las profundidades de la memoria. Ese día, Putin le puso un traje negro a su cuerpo de hierro. Por primera vez su gobierno rendía homenaje a las víctimas de la época del totalitarismo comunista. Fue una "tragedia de colosal envergadura", dijo. Durante años, la dureza y la premura se han tragado las lágrimas de Rusia.

La conmemoración cobra especial relevancia este año en el que se cumple el 70 aniversario del inicio de las purgas masivas adelantadas por Stalin y su comparsa. Putin puso una corona de flores al lado de una cruz proveniente del primer campo de concentración de los bolcheviques, situado en el archipiélago de Solovkí, en el Mar Blanco. No obstante, sus palabras trataron de justificar esa tragedia. "Todos sabemos muy bien que, aunque 1937 se considera el punto máximo de la represión, ese año fue bien preparado por los años de crueldad anteriores".La simbología cumple parte de su efecto.

Los viejos caminos almacenados en la memoria se vuelven a conectar. Y aparecen los recuerdos. Osip Mandelstam, pobre, enfermo. Desterrado a la frontera con Ucrania por haber escrito un duro poema a Stalin; al final muere en un campo de trabajos forzados en Siberia. Isaak Babel y sus relatos, perseguidos, torturados y finalmente fusilados; varios años después se le exime de toda culpa. Sus nombres se suman a los cerca de 700 mil ejecutados y 8 millones de presos políticos. Sólo hasta los años ochenta comenzaron los rusos a enfrentarse con estas huellas de su periodo "glorioso". Memoria y vergüenza empezaron a caminar juntas.

Osamentas y dignidades están siendo recuperadas en el mundo luego de haber sido sofocados totalitarismos, dictaduras y confrontaciones bélicas de todo tipo. Lo intenta hacer España 70 años después de iniciada una guerra civil que enquistó a Franco en el poder. Lo continúa haciendo Centroamérica luego de la cadena de dictadores y los conflictos armados que la acompañaron durante casi todo el siglo XX. Y lo vienen haciendo los países del Cono Sur dos décadas después de caídas sus dictaduras.

Un esfuerzo que busca recuperar la dignidad de los que perecieron y de impartir justicia a los perpetradores que todavía viven. Ejemplar. Sin embargo, cada uno de estos esfuerzos debería ser una lección de lo que no debió pasar y de lo que no debería volver a pasar. Porque con cada caso de estos los seres humanos cercenan un poco de su humanidad.

Dentro de estos esfuerzos, ahora le corresponde el turno a Colombia. Un país que intenta avanzar hacia la reconciliación y la verdad sin haberle encontrado aún una salida a su prolongado conflicto. A principios del año próximo, la Comisión de Reconciliación presentará una ruta de trabajo para avanzar hacia una memoria histórica. En ella se indagará ¿cómo se vivió el conflicto?, ¿cómo impactó?, ¿qué huellas dejó? Buscará llegar a una "memoria integradora" de los múltiples relatos. Importante. Pero insuficiente.

La memoria sobre un periodo cruel debe ser más que una metodología historiográfica y una integración de relatos. Debe ser también una profunda lección ética sobre la inutilidad y pobreza de la violencia. Respuestas a otras preguntas debieran sumarse para evitar hasta donde sea posible una repetición: Qué tan diferentes somos de los perpetradores. Hasta dónde pueden llevarnos los ideales o los odios. Cuánta de la identidad violenta debe marcar a las nuevas generaciones. Cuánta humanidad se ha perdido. Si estos cuestionamientos desbordan la labor de la Comisión, entonces tendremos que acompañarla desde afuera con ellos.

"Comprendo ahora que se trataba de una enfermedad", afirmaba Osip Mandelstam para referirse al monolitismo que avivó el desarrollo de la violencia estalinista. Mandelstam no conocía de dictadores y conflictos futuros. Ni conocía de estas tierras.

>>Publicado originalmente en:
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3864355.html