Golpistas y reeleccionistas

28-07-2009
La democracia exige consensos, respeto a los acuerdos, saber esperar. El poder es distinto, siempre busca la expansión ilimitada. Es una bola de fuego en busca del combustible que la haga más grande. La política moderna reconoce esta naturaleza expansiva del poder y debido a ello, en parte, reinventó la democracia para controlarlo.

Lo dividió primero en pedazos administrativos y luego lo partió en pedacitos hasta el último ciudadano con potestad de votar. Este modelo político, frágil y perfectible al mismo tiempo, evitaría los excesos de aquellos que cargan sus antorchas durante un tiempo. Los políticos a menudo aparentan desconocer ambas ideas y, especialmente, la primera. En Honduras se han olvidado de ella.

El presidente depuesto es un auténtico representante del político latino. Esto es, caudillista y dispuesto a reformar la constitución para el beneficio personal o de su proyecto político. Pretendió efectuar una consulta para saber si la población estaba de acuerdo o no con convocar un referendo que abriera las puertas a una Asamblea Constituyente. Un procedimiento que, a su vez, podría haber abierto las puertas a la reelección presidencial. La consulta no era legal, de acuerdo con una nueva normativa establecida por el Congreso hondureño para estos efectos. Tampoco era una idea muy popular.

A pesar de ello, el ahora depuesto presidente siguió adelante con la iniciativa. En este empeño deterioró su credibilidad y su poder. Perdió el apoyo del Congreso, la Corte Suprema, el Tribunal Electoral, el Ministerio Público, el Ejército, los gremios empresariales, el Arzobispado Católico, y hasta el respaldo de su propio partido político. Sólo contaba con el apoyo de una parte de la población. Estaba solo. Era un presidente que se había autoaislado al subestimar el poder de sus adversarios y el de las otras instituciones del Estado y, por supuesto, al sobreestimar su propio poder.

Finalmente, terminó siendo descabezado a la fuerza en una confabulación de todos los otros poderes -y aquí está el centro de la crisis actual. El Ejército –que en América Latina no es un cuerpo subordinado, sino, un poder más- hizo el trabajo sucio de detenerlo en pijama y expulsarlo del país, algo que las otras instituciones aprobaban pero que no podían ejecutar. De este modo, terminó consumándose un golpe de estado avalado por una Corte Suprema. Todo un esperpento jurídico.

Al lado de la naturaleza expansiva del poder, está la fuerza de las costumbres, que se encarga de desnudar y exponer la cultura tal cual es, sin adornos y decorados. Y a algunas costumbres hay temerles tanto como a la naturaleza del poder. En América Latina una de las costumbres distintivas de la política desde el surgimiento de las primeras repúblicas es el golpe de estado. El procedimiento violento preferido para resolver los conflictos, hacerse con el poder y enrocarse en él. La revolución ha sido un evento escaso y débil; y la democracia, un proyecto en construcción, una idea que cuesta aprender.

Este golpe de estado se ha considerado una vuelta a ‘la caverna’, pero esta afirmación no es precisa. Porque ‘la caverna’ siempre ha estado allí, hace parte de la epidermis política, y guarda unas brasas calientes que no se extinguirán fácilmente. Los ejemplos son conocidos. En poco más de una década: el presidente de Haití fue descabezado dos veces, en Perú se produjo un autogolpe, en Venezuela gobierna el protagonista de un golpe fallido a quien también intentaron derrocar infructuosamente, en Bolivia y en Ecuador ha habido varios intentos malogrados.

Sí, el poder es expansivo e insaciable y la costumbre es más espesa que el agua. Como la dictadura militar o civil ha perdido reconocimiento en el mundo, ha aparecido en los últimos años una hermana gemela que busca lo mismo –perpetuación en el poder y profundización de un proyecto- pero adornándose con procedimientos democráticos. El nuevo caudillo aspira a reformar la constitución para empotrarse en el cargo cuantas veces se pueda.

Para ello da igual la ideología profesada, cualquier color puede ser un buen exponente de la tradición. ‘La caverna’ nunca ha desaparecido, simplemente se renueva. En Honduras, entonces, pudo más la vieja costumbre del golpe que su versión remozada, el reformismo reeleccionista.

Se ha producido un nuevo golpe de estado en América, en las viejas tierras latinas acostumbradas a los caudillos y a los dictadores. 28 de junio de 2009. Se volvió a elegir la impaciencia y el uso de la fuerza; en vez de la calma y el consenso.

Dicho lo anterior, vale preguntar si los políticos latinoamericanos de vena golpista o reeleccionista habrán aprendido a no incurrir en las malas mañas que desvela esta crisis. En otras palabras, si habrán aprendido algo sobre la importancia de profundizar los acuerdos y la verdadera democracia. Lamentablemente, no.

En Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Nicaragua, continúan las ansias de continuidad personal en el poder. El fuego de ‘la caverna’ seduce.


Fotografía: Luchadores Kushti -AP.

Publicado en:

http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/golpistas-y-reeleccionistas_5728488-1

http://www.soitu.es/participacion/2009/07/30/u/marlonmadrid_1248942068.html




El mito llamado Michael

30-06-2009

Tenía que morirse para que se volviera a hablar de su genialidad.

Varios adolescentes se han reunido en torno a una mesa de madera en un café de Hanoi, Vietnam, han encendido nueve velas pequeñas. Uno de ellos sostiene la fotografía enmarcada de su ídolo, las llamas amarillas se reflejan en el vidrio que protege la fotografía. La escena puede parecer demasiado tonta e ingenua, sobre todo cuando el fallecido está a miles de kilómetros de distancia y nada tendría que ver con el nuevo Vietnam. Algo les debe doler. Todo lo que es capaz de provocar la música y la ausencia.

La vida normal es tan repetitiva y, a veces, tan fofa que sólo los artistas la llenan de magia. Las lágrimas pueden caer en la última palabra de un poema, al contemplar la delicadeza de un cuadro, al final de una sonata, en medio de las acrobacias de un circo mágico, ante el rojo de un atardecer o en medio de la fugacidad de las flores, también podían caer al mirar lo que este joven hacía en sus espectáculos. Una armonía y plasticidad que superaban la admiración de los ojos juveniles en todo el mundo.

Lírica, música, baile, actuación, maquillaje, cine, fotografía, y el arte de vestir, todo fusionado con la imaginación y la libertad que puede dar la juventud. Cada detalle puesto por encima de lo que el público pudiera esperar. Por momentos, su trabajo parecía algo de otro mundo, pero era de este mundo y en esto consistía precisamente ese imán que hace que hoy después de su muerte adolescentes y adultos se vuelquen a escuchar sus canciones y a ver sus vídeos una y otra vez.

Pero somos patológicamente insaciables y agresivos, primero creamos y encumbramos a los ídolos para luego, cuando se producen los excesos y las desgracias de la fama, regocijarnos arrojándoles lanzas afiladas y desperdicios. Los ídolos deben tener la perfección de los dioses o por lo menos estar cerca de ella, aunque sepamos que los dioses no existen.

Su marca artística encerraba una obsesión por cambiar todo lo conocido. Un paroxismo tan descendiente de la Modernidad como de Occidente. Y esta obsesión la llevó a su propio cuerpo. Sólo un negro sabe lo que duele nacer en una sociedad de mayoría blanca y racista. Lo acostumbrado hace algunos años era ver a mujeres y hombres de raza negra alisarse el cabello con cremas de toda índole, ponerse ungüentos para aclarar un poco sus rostros; más contemporáneamente, ha sido normal ver a mujeres tinturar sus cabellos de rubio y reducir sus rasgos faciales en el quirófano. El joven Michael no se conformó con las cremas, como tampoco con los bailes clásicos que pasaban de generación en generación en los enclaves negros de los Estados Unidos.

El dinero y su personalidad le daban para superar la cosmética convencional. Blanqueó su piel, alisó su pelo para siempre y sometió su cara al bisturí en la búsqueda del rostro perfecto. Genialidad, atrevimiento, complejo y locura; demasiadas cosas y demasiados récordes para poder perdonarle. Pero el razonamiento era y continúa siendo demasiado simple, si blanquearse y buscar el rostro ideal representan ventajas en la espesa selva de una sociedad depredadora y racista, por qué no hacerlo. Lo hizo.

Y he aquí que murió siendo blanco, para disgusto de los puristas que no se cansan de remarcar y contramarcar que su sangre era negra. Pobres de ellos. Aún con todo, sus orígenes siempre estuvieron en sus letras y vídeos, calles nocturnas y oscuras, graffitis, pandillas, rostros agresivos, injusticias, peleas. Las arbitrariedades raciales se dejan ver en Man in the mirror y They don't care about us.

Se le ha comparado con Fred Astaire y James Brown por su originalidad. Algo de ellos tenía, más en el baile que en la música y el estilo. Cada cual es dueño de su época, y la del joven Michael coincidió con la ilusión robótica y electrónica, la popularidad de las danzas break, la cirugía plástica y los implantes de silicona, el videoclip, los conciertos de grandes toneladas, de las inversiones y ganancias exorbitantes, y el espectáculo como producto de exportación global. Carisma, talento y época se unieron para marcar una gran diferencia con aquellos artistas. Y con los que hoy existen.

La voz se sigue escuchando, Slash -Guns and Roses- lanza las descargas con cada cuerda de su guitarra, sonaba Give to me. La voz se ha apagado para siempre. Ha llegado el tiempo de las rosas y los pétalos, del mea culpa, del mito.

El arte es un fin en sí mismo que alegra el alma y siempre se recuerda.


*Fotografía: Reuters, 28-06-2009.

Publicado en:

http://economia.eluniversal.com/2009/07/07/opi_art_el-mito-llamado-mich_07A2465643.shtml

http://www.soitu.es/participacion/2009/07/02/u/marlonmadrid_1246523837.html