28-05-2006
El corazón bombea. La lengua humedecida por la saliva encharcada que se desliza lúbricamente anticipa. La fuerza se amarra de las manos mientras las venas muestran sin vergüenza el vigor de la sangre. Un rostro sonríe. Otro esconde su inocencia. Los misterios de la noche y el silencio los acompañan.
Manos gruesas aprisionan la fragilidad. Silencio. Temor. Que no suceda, que acaso sea un sueño desagradable. Bocanadas de aire inundan los muslos. Sus ojos no se miran, los separa la delicada cortina de la perfección. La membrana se rompe. El evento se repite una noche, otra noche. Uno más, otro más. Allí no hubo testigos; nada ha acontecido.
Las carnes de un púber recuerdan. La fuerza y el exceso de un sacerdote pueden ser grandes. “En esa noche usted me arranco mi virginidad masculina [...] Usted empezó el abuso aberrante y sacrilegio que duró 13 años”, narra ahora adulto Juán José Vaca, una de las personas que acusa de abuso sexual al padre Marcial Maciel.
Manos gruesas aprisionan la fragilidad. Silencio. Temor. Que no suceda, que acaso sea un sueño desagradable. Bocanadas de aire inundan los muslos. Sus ojos no se miran, los separa la delicada cortina de la perfección. La membrana se rompe. El evento se repite una noche, otra noche. Uno más, otro más. Allí no hubo testigos; nada ha acontecido.
Las carnes de un púber recuerdan. La fuerza y el exceso de un sacerdote pueden ser grandes. “En esa noche usted me arranco mi virginidad masculina [...] Usted empezó el abuso aberrante y sacrilegio que duró 13 años”, narra ahora adulto Juán José Vaca, una de las personas que acusa de abuso sexual al padre Marcial Maciel.
Han pasaso varias décadas de denuncias infructuosas (alrededor de una treintena de expedientes) y sólo hasta la semana pasada el Vaticano actúa. Le impuso el máximo castigo canónico al clérigo Maciel, fundador de la orden Legionarios de Cristo, México: Lo que en la práctica significa que quedó lanzado al “ostracismo”, será un simple laico.
“Es una pena absurda y mediocre comparada con todo el daño que hizo a nuestras vidas”, se duele Alejandro Espinosa, otro de los denunciantes de Maciel. En su momento, cuando la dignidad se sobrepuso a la vergüenza y al pánico, cuando decidieron decirle al mundo lo que habían vivido durante su adolescencia, fueron considerados calumniadores. “Enfermos mentales”.
Esto es parte de lo que la iglesia cada vez más cosecha en la forma de irrespeto, incredulidad, reproches y burla de parte de la sociedad. Pero ni aún con estos cántaros rebosantes su actitud es humilde.
No acababa el Tribunal Constitucional colombiano de despenalizar el aborto en tres casos delicados (violación, malformación del feto y riesgo para la vida y la salud de la madre) cuando autoridades de la iglesia respondían anunciando la excomunión para las mujeres, médicos y juristas que estén relacionados con este tipo de interrupción del embarazo.
“Es increíble, se indignan más porque una mujer embarazada por violación se niegue a tener un hijo, que por el indulto de tipos que asesinan masivamente a los hijos de los demás”, acomete la novelista Laura Restrepo.
A lado y lado del Atlántico las contiendas no paran. Demandas en Milán y París a la casa de modas Marithe et Francais Girbaud por la recreación delicadamente sensual y femenina de la obra de Da Vinci, La Última Cena. Acusación al Parlamento de Europa de “atentar contra la conciencia de los ciudadanos” cuando este organismo expide una resolución que rechaza la discriminación, desprecio y violencia hacia las personas homosexuales.
Sugerencia del cardenal Francis Arinze de que los cristianos emprendan acciones legales contra el libro y la película El código Da Vinci. “El Judas actual que vende a Cristo por millones”, según el franciscano Raniero Cantalamessa. Y la afirmación de que se procederá legalmente contra las personas que informaron hace escasas semanas de la supuesta captura por parte de la policía italiana de un monseñor al servicio de la Secretaría de Estado de la Santa Sede que al parecer buscaba los servicios lúbricos de algún prostituto o transexual entre las sombras nocturnas del centro de Roma.
La iglesia busca ganar en los estrados judiciales lo que pierde en la vida cotidiana debido a los escándalos que cosecha con pala y azadón en sus propios regadíos o por la irreverencia de una sociedad que recrea sus vacíos en las membranas acuosas de la sensualidad, el arte o la publicidad del consuelo.
Y nada de esto indica que la gente deje de buscar cimientos espirituales de donde agarrarse antes de caer en el vacío secular de una libertad sonámbula y en permanente remiendo. Por el contrario, cada vez más las cajas registradoras de los supermercados, las vitrinas de las librerías o los enjambres de madera en los que se enmarañan los vendedores ambulantes están abarrotados de libros tristes que sugieren guardar entre sus hojas el camino hacia la felicidad, la perdurabilidad del acosado matrimonio o el éxito gerencial en un país de pobres.
Sí existe necesidad espiritual. Pero con una iglesia que se dedica a reprender, sugerir demandas, excomulgar, imbuida en contiendas o casos como los de Maciel donde sus máximas autoridades no aclaran si es culpable o no de los actos de pederastia de los que se le acusa, sino que prefieren el silencio simbólico, las opciones para elegir las capitaliza más nuestra exótica y atrevida libertad.
En este escenario a algunos les tocará escoger entre el amparo de las manos fuertes y espirituales de un sacerdote y las mercaderías cada vez más en aumento que intentan consolar nuestras angustias y soledades. Otros, los más irónicos, simplemente separaran un palco en este circo romano de excesos, provocaciones, demandas y contra demandas para disfrutar y escuchar de cerca el llanto de algún rostro inocente sacrificado en sus carnes.
>>Publicado originalmente en:
http://www.escritoresyperiodistas.com/Ejemplar21/marlon.htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario